Casas de Moya (Murcia)

A 1215 metros de altitud sobre un suave montículo junto a la rambla de las Casas de Moya se encuentra esta aldea de Moratalla.
Una veintena de casas conformaron este apartado lugar, de las cuales solo una docena llegaron a estar habitadas en las décadas posteriores a la guerra civil.
Nunca llegó la luz eléctrica por estos lares y así las pavas primero, los candiles después y más tarde los quinqués y las lámparas de camping gas fueron sus fuentes de iluminación.
Para abastecerse de agua para consumo tenían un pozo situado a quinientos metros, en sus inmediaciones estaban los lavaderos donde las mujeres lavaban la ropa.
El terreno era de poca calidad para la agricultura. Trigo, cebada y avena eran sus principales producciones agrícolas.
Iban a moler el grano al molino del Campo de San Juan y en los últimos tiempos al de Archivel.
Varias casas tenían su horno para hacer el pan pero también había uno comunitario.
No abundaban los árboles frutales. Solamente almendros y unos pocos ciruelos e higueras.
Había buena variedad de níscalos y rebollones en las zonas de monte.
Las ovejas y las cabras conformaban el grueso de la ganadería de la aldea. Alrededor de unas doscientas cabezas entre ambos animales era lo que acostumbraban a tener en cada casa. Muy afamados eran los quesos de cabra que elaboraban las mujeres.
Marchantes de Caravaca, de Archivel, de Cehegín y de Barranda (este último era el que lo hacía con más frecuencia) eran los que venían a comprar los corderos.
Era costumbre matar dos cerdos al año en cada casa para tener carne para consumo para todo el año.
El esquileo y la matanza eran épocas de mucha celebración, de ayudar y compartir con familiares y vecinos.
Conejos, liebres y perdices eran los animales de campo que suponían un reclamo para los aficionados a la caza. Algunas personas utilizaban cordeles de esparto para la caza de la perdiz.
Contaban con leña de sabina para calentar los hornos y de carrasca para la lumbre de los hogares.
El invierno era muy riguroso por estas latitudes con varias nevadas de más de medio metro, la nieve en ocasiones tardaba hasta un mes en quitarse.

Camino de Hoya Lóbrega
Collado de los Calares
Corral del Picón
El Estrecho
El Matacón
Hoya de Sevilla
Majal Llano
Morra del Pozo
Rambla de las Casas de Moya

**Son algunos topónimos de lugares comunes de Casas de Moya que quedaran para siempre en el recuerdo de las gentes que habitaron el pueblo**


Sus dos salidas naturales eran hacia el Campo de San Juan y hacia Archivel. Una hora andando tardaban al primero y una hora y media al segundo. Hasta los dos pueblos era a donde se desplazaban para realizar compras, casi siempre solían utilizar algún medio de transporte, las caballerías primero y luego la bicicleta, la moto y en los últimos tiempos el coche. Aunque de esos mismos lugares venían vendedores ambulantes a las Casas de Moya. Juan e Inocente llegaban desde Archivel primeramente con un carro y más tarde con una furgoneta vendiendo un poco de todo: tomates, naranjas, azúcar, vino, etc. Del Campo de San Juan venía un vendedor ambulante con unas aguaderas en dos burras vendiendo diversos tipos de comestibles.
No había escuela en la aldea y las que había en otros lugares les pillaba un poco retirado por lo que la enseñanza fue muy deficiente en aquellos años. Venían maestros ambulantes ofreciendo sus conocimientos, estaban un poco tiempo y se alojaban un día en cada casa donde hubiera niños en edad escolar. Se utilizaba para ello una dependencia de alguna casa que no estuviera habitada. En los últimos tiempos venía uno de Archivel, apellidado Bermúdez un par de días a la semana a impartir clases.
Dos o tres veces al año se habilitaba un altar en casa de Martín García y se daba misa por medio de un cura que venía desde el Campo de San Juan.
El médico se encontraba en Moratalla o en Caravaca. En las Casas de Moya no llegaron a ver en lo que se recuerda que apareciera ningún doctor por allí. La abuela Joaquina era la que asistía en los partos.
La correspondencia la traían los tenderos de Archivel o bien cuando algún vecino iba a aquel pueblo se encargaba de ello.
Antonio al ir a la mili aprendió el oficio de barbero y a su vuelta era el encargado de cortar el pelo a los varones.
Ramón García y Martín García tuvieron los dos automóviles que llegó a haber en las Casas de Moya. El primero un Renault 6 y Martín un Renault 8. Ellos dos fueron también los que llegaron a contar con televisores en sus casas. Aparatos que funcionaban con baterías.
Para las fiestas de fin de año la gente joven se desplazaba hasta las Casas del Rey donde se celebraban animados bailes. También se desplazaban una vez al mes al Campo de San Juan como a Archivel para asistir a los bailes locales que allí se daban. Ya en los últimos tiempos utilizaban el coche para ir a la discoteca de Archivel los domingos.

Debido a la falta de los servicios básicos más elementales como la luz y el agua, la lejanía del médico, la ausencia de escuela y las ganas de vivir en lugares con mejores condiciones de vida hizo que las gentes de Casas de Moya fueran buscando otros lugares para iniciar una nueva vida. Unas cuantas familias se quedaron en Archivel y otras tantas se fueron a Caravaca de la Cruz. La ultima familia en marchar de las Casas de Moya fue el matrimonio formado por Ramón García y Juana además de los tres hijos que tuvieron, Juan, Fernando y José. Emigraron a Archivel a últimos de los años 80.

Informante: Antiguo vecino de Casas de Moya (Conversación personal mantenida por vía telefónica)

Visita realizada en febrero de 2024.

Punto y aparte. Conocí esta aldea serrana de la Región de Murcia por medio del maravilloso libro de mi buen amigo Jesús López: "Y también se vivía". Y fue también con la presentación que hicieron con Jesús para un pequeño reportaje en la televisión murciana donde pude hacerme una idea visualmente de como era las Casas de Moya. Me gustó lo que vi. Tanto que ya tenía muchas ganas de conocer esta pedanía de Moratalla.
La ocasión se presentó cuando este invierno pude ir a un evento al que llevaba tiempo queriendo asistir: la fiesta de las Cuadrillas de Nerpio. Así que de camino para ese precioso pueblo albaceteño hice un desvío en el camino y pasado Archivel me adentré por caminos de tierra hacia mi objetivo. La aldea ya se ve en la lejanía desde bastante antes de llegar y te ofrece buenas sensaciones como anticipo a lo que vas a conocer. La mañana es terriblemente heladora y en pocos sitios he tenido tanta sensación de frío como aquí. Y no es los Pirineos, ni Soria, ni Teruel, es Murcia. Voy bien abrigado pero aún así la temperatura está bajo mínimos y me salva el que al ir caminando voy entrando un poco en calor. Menos mal que yo soy amante del frío. Las nubes están totalmente oscuras y justo cuando llego ante las casas empieza a nevar, con poca intensidad pero son copos de buen tamaño. Me resguardo en un pajar que tiene la puerta abierta para que no se me dañe la cámara fotográfica. Pasados unos minutos deja de nevar y salgo de mi refugio improvisado, me sitúo frente a las casas que dan de frente. La aldea presenta una estructura urbana casi rectangular, no hay resquicios ni calles interiores. Solo una calle perimetral que contornea la aldea. Un par de viviendas arregladas es todo lo que da de si el confort del lugar. El resto son casas inhabitables que aún mantienen la fachada en pie en la mayoría de los casos. La calle principal en la parte sur de la aldea presenta un grupo de edificaciones lineales que forman un armonioso encuadre. Al llegar a la esquina una calle asciende ligeramente contorneando el lado oeste de la aldea. Aquí sale el sol (aunque no desaparece el frío), por aquí ya las edificaciones están peor, más ruina. Mucha piedra por el suelo de las paredes que se han ido cayendo. Las casas siguen todas una tipología común: planta baja y cámara. Sencillez por doquier. Apenas puedo entrar al interior de una de ellas para ver e imaginar un poco de como pudiera haber sido la vida en estos lugares serranos tan lejos de todo. Bidones y garrafas por el suelo en la calle dan idea de que alguien ha vandalizado el lugar. La soledad es abrumadora, el silencio se muestra impasible, ello unido a la baja temperatura hace que las sensaciones se disparen, estoy en un lugar poco visitado, donde las cámaras fotográficas no se han explayado a inmortalizar este lugar a tenor de lo poco que se puede ver en las redes. Tengo la aldea para mi solo durante un par de horas. Nadie aparecerá por allí ni se oirá ruido de motor ninguno. Por la parte de arriba es más complicado transitar puesto que una finca con alambrada dificulta el movimiento, una casa ha perdido su tejado, un aljibe para recoger agua de lluvia aparece ante mis ojos. Voy ahora por el lado este, aquí hay menos viviendas y están en peor estado. Ya he contorneado toda la aldea, me acerco a ver las eras de trillar, diviso un cortijo a lo lejos a media ladera, dudo si acercarme o no pero desisto de ello porque no voy sobrado de tiempo. Me queda por conocer el pozo de donde se abastecían las gentes de agua y los lavaderos. Cuesta un poco encontrarlo porque el sendero ya es casi inexistente. El pozo cubierto esta seco pero todavía en pie con su caño y su pila lateral. Los lavaderos no encuentro rastro de ellos, según parece los dañaron en alguna reforma del camino. Vuelvo otra vez hacia la aldea, se ha nublado nuevamente y la niebla que baja por los Calares amenaza con bajar hasta las Casas pero finalmente no se dará el caso. Me sitúo otra vez frente a las edificaciones, me gusta esa calle bajera, llego hasta la esquina nuevamente pero de aquí ya me vuelvo al punto de llegada. La visita al lugar toca a su fin. Dedico un par de minutos a contemplar el panorama que me ofrece esta aldea murciana. Me voy con buen sabor de boca de las Casas de Moya. No ha desentonado lo que he tenido ocasión de ver in situ con lo que leí en el libro y lo que vi en el reportaje televisivo. La mochila la llevo cargada de buenas sensaciones. Me voy alejando de la aldea y cada poco tiempo voy mirando para atrás, me gustó la imagen panorámica del lugar cuando llegué a primera hora y me gusta ahora cuando la voy viendo cada vez más pequeña. Una fina lluvia está haciendo su aparición.


Llegando a las Casas de Moya.




La casa más pudiente de la aldea y la penúltima que se cerró. Vivió en ella el matrimonio formado por Martín García y Lucia. Tuvieron cuatro hijos: Juan, Víctor, Francisco y María Josefa. Se marcharon a Archivel para en una segunda emigración hacerlo a Caravaca de la Cruz.



La calle de Abajo.




Hacia mitad de calle. Estampa invernal.




La calle de Abajo vista en sentido inverso.




Casa esquinera.




Calle lateral en sentido ascendente.




La misma calle en sentido inverso, vista de arriba a abajo.



Vivienda. De tipología parecida la mayor parte de ellas. Pocos vanos. El desgaste del enfoscado de yeso deja ver la pared primitiva hecha de piedra y barro.



La aldea vista por su lado norte. Los Calares de Cucharro de fondo.



Vivienda. Sin tejado y sin la planta superior.



Las Casas de Moya por su lado este. Ruina generalizada por aquí.



Estampa urbana.




Era de trillar.




Pozo de agua de donde se surtían los vecinos para consumo. Ubicado a quinientos metros de la aldea.



Balsa que se llenaba con agua de lluvia y servía para beber los animales.